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Rafael Duarte

PROFESOR POR UN DÍA

Eran los tiempos del Instituto viejo, por cuarto de bachiller andaba uno, paseando la calle por las tardes a la salida de las clases, casi empinado el verano ya sobre los equipajes de ida de aquella primavera. Pasaba, paseaba, por la calle Rosario, cuando una voz cogida de mi nombre me ató todos los pasos. era mi amigo, amigo Andrés amigo de paseo, de solitarias y rompientes mañanas de la pesca. No recuerdo lo que le pasaba. Sólo recuerdo que no podía dar su clase de inglés en el Centro Obrero, donde se hallaba a la sazón de profesor suplente, y como era mi amigo, yo le sustituí.


Entramos en el Centro, le explicó a los alumnos de su urgencia insurgente, y yo me quedé pronunciado mi inglés en andaluz, con Leidiz y azterun ante los alumnos de mi amigo Andrés. Profesor una hora. Y yo estudiante de inglés, mal estudiante, según entendí cuando quise enseñar. Lo que creía seguro y aprendido, mis lecciones notables, brotaban aterradas y ateridas, dadivosas en dudas, vertidas en el vértigo aquel de la vergüenza de dar clases a chicas, a chicos confiados que me creían distinto, al que tenían la obligación de preguntar, porque ellos querían aprender. Y yo no era maestro, yo no me tenía por nada, yo templaba ante aquellas caras, ante sus bocas que podían lanzar el fuego de dragón de una pregunta, y matar la respuesta ante mi miedo inglés.

Les puse a leer. Les oí pronunciar y me aterré de su pronunciación mejor que la mía. Yo por esos entonces tenía vocación de escritor y de torero.


Deach in de aztermun. Hemingway, podía socorrerme. Pero no lo hizo. Fue la hora atroz en que comprendí que si apenas dominaba mi propia lengua, si mis escondidos poemas becqueres, y mis cuentos desvalidos de palabras y lujos, cómo iba a entender una lengua, explicar una lengua distinta, complicar una lengua con tanto desamparo.


Pasó la hora de la clase. Creo que ellos notaron mi miedo, mis agrestes agresivos, mi Ingliz zpoken, despanzurrado en zetas andaluzas, pero fueron corteses, amables, comprensivos y perdonantes para aquel profesor invalidado y de repuesto.


Ahora, evoco aquella tarde todavía parvado en el pavor, y lo contrasto con la realidad presente. El Centro Obrero tiene un buen profesor de inglés, un hombre honesto que prepara sus clases, que las estudia mucho de antemano, para enseñarse todo. Ese profesor también es escritor, y bueno, bueno como una fábula inmortal, aunque muchos le nieguen esa dote. Pero Germán Caos, domina en castellano, se conoce el inglés, y pronuncia sin zetas.

A mí se me ha olvidado el inglés, voy remando por el vocabulario del español, pescando las plateadas palabras escondidas, cazando aves vocabularios, de plumajes ajustados a los pinceles que pudiera pinta en mis escritos. Aún no domino nada. Soy aprendiz de versos. Cada cosa en su sitio. Y el Centro, allá en el mismo sitio de mi tarde, enseñando, aportando a la Isla, algo mejor que yo, a las ávidas juventudes que quieren aprender, como en todos los tiempos.

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